Fernando Lugo o la aceptación Social del estupro y la Violación
Según el doctor Hugo Marietan - Psiquiatra, docente de la UBA- es peligroso que un abusador sexual sea aceptado socialmente.
"El abusador sexual tiene el vicio del abuso. Sabe que está mal lo que hace y aún así repite: su carga instintiva es más fuerte que la traba moral. Dejar que un pedófilo deambule entre niños es como dejar a un lobo que ronde a las ovejas. El abusador, al igual que el violador, se considera con el derecho a quebrar la libertad sexual del otro. Es más, muchos creen que el otro quiere ser abusado o violado" afirma el psiquiatra.
Dentro de su lógica, distinta a la del común, sus acciones armonizan con sus actos. Analizados desde una mente normal, la conducta se ve aberrante, criminal; pero desde la mente del violador sólo está respondiendo a sus necesidades especiales, sigue diciendo.
Una necesidad insatisfecha, el hambre por ejemplo, empuja a la acción para conseguir el alimento.
Una vez satisfecha, cesa la inquietud. Y luego, con el tiempo, reaparece y se repite el circuito. Abusar, violar, matar, tienen el mismo circuito. Esa es la causa por la que el violador reincide. El reproche, el castigo, el encierro no le pueden mitigar la necesidad.
EL CELIBATO NO JUSTIFICA INCONDUCTA
El obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, ha hecho una defensa frontal al celibato sacerdotal, tras los recientes episodios acaecidos en la Iglesia católica en América de sacerdotes que no han sido fieles a este compromiso.
Entre estos casos, se encuentran los descubrimientos de nuevas paternidades del actual presidente del Paraguay, Fernando Lugo, quien fuera obispo católico; el caso de un sacerdote acusado de uso de pornografía infantil en la arquidiócesis de Jalapa (México); y el reciente escándalo de un sacerdote muy popular en la televisión hispana de Estados Unidos --Alberto Cutié--, quien tras las publicación de unas fotos comprometedoras reconoce a una mujer como pareja desde hace tiempo.
El caso de Fernando Lugo se agrava por el hecho de haber iniciado relaciones con Viviana Carrillo cuando ésta apenas tenía 16 años, según el testimonio de la abusada.
Los seguidores del obispo en Paraguay realizaron una vergonzoza defensa del estupro y la pederastia para justificar a su líder ante el escándalo.
FERNANDO LUGO: REFLEXIONES SOBRE COBARDÍA Y VIOLACIÓN
ME LO PREGUNTO DE VERDAD: ¿Para dónde va esta Iglesia católica? Después de lo que hemos sabido recientemente, un amigo ex cura me decía: “Esto no puede seguir así”. Una frase vacía, claro: porque sí puede. Y por eso hay que seguir haciendo la pregunta.
Estoy pensando, como se imaginarán, en las últimas noticias de abusos sexuales que hemos recibido, donde el abusador es siempre un sacerdote católico y la víctima, un niño más o menos pequeño. Lo de Irlanda fue espeluznante, porque al mismo tiempo que la noticia —los veinticinco mil casos— nos fuimos enterando de los particulares.
Y eso es lo que nunca pasa: el público ya se ha acostumbrado, con esa capacidad que tenemos para acostumbrarnos a todo, a palabras como pederastia, a expresiones como “abusos sexuales”, y todo el tema acaba por volverse abstracto. Hasta que llega, por ejemplo, un tipo como Mick Waters y habla de la habitación de los castigos que había en su colegio de curas: “Ahí dos o tres hermanos hacían lo que querían contigo, para satisfacer sus costumbres más sucias”, dice. El día en que le habló de los abusos a un sacerdote recién llegado, los otros le pegaron hasta dejarlo inconsciente. Y a los abusadores más graves, la Orden los cambiaba de lugar, para evitarles problemas.
Más o menos al mismo tiempo terminaba en Argentina el proceso contra el sacerdote católico Julio César Grassi: acabó condenado por un abuso, pero la justicia lo absolvió de los otros dos cargos, y ni siquiera ordenó su encarcelamiento inmediato. Así que el cura anduvo pavoneándose por varios programas de televisión, burlándose de la incompetencia de los jueces (y burlándose, de manera implícita, de las víctimas que no consiguieron probar que lo eran).
En su blog, Marcelo Figueras tenía la esperanza de que la cosa quedara en esa “mostración egocéntrica por TV, en vez de traducirse en una nueva víctima de esas que apenas levantan un palmo del suelo”. El director de una de las mejores revistas colombianas me decía por estos días: “Lo que es yo, no dejo que mis hijos se acerquen a un cura”. Y yo siento mucho que el descrédito abarque a los sacerdotes inocentes, pero entiendo muy bien lo que me decía este hombre.
Probablemente no haya nada tan cobarde como aprovecharse de un niño. Pero no lo entiende así la Iglesia, que protege a los violadores y se burla de las víctimas, o que dice, como lo hizo un importante cura madrileño, que lo ocurrido en “unos cuantos colegios” no es comparable con el aborto, el verdadero crimen. Con lo cual la Iglesia se mantiene fiel a su tradición: defender al victimario y perseguir a la víctima. La mujer que salva su vida al abortar, o que no quiere tener el hijo de un violador, recibe toda la condena de los curas; el violador de un niño recibe un nuevo puesto, recibe camaradería, protección y silencio.
Si a alguien le queda difícil entenderlo, basta con que se refiera a un editorial reciente en una revista del Arzobispado de Madrid: “Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio”, nos dice el editorialista, “deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal”. Ya lo ven ustedes: una mujer que se acueste por placer no tiene derecho a quejarse si luego alguien la viola.
No queda claro si tienen derecho los niños violados.
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