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jueves, 12 de febrero de 2009

Represores sueltos que no se han ido Nunca

LUIS AGÜERO WAGNER- Los verdaderos culpables de las violaciones de derechos humanos en Paraguay siguen impunes bajo el nuevo gobierno del obispo Fernando Lugo, sostuvo el activista paraguayo Martín Almada en un escrito divulgado este martes con motivo de haberse recordado ayer el 16 aniversario del descubrimiento de los Archivos del Terror.

"Los violadores a los Derechos Humanos siguen muriendo inocentes como Stroessner, Rodríguez, Edgar L. Insfrán, generales Patricio Colman, Leongino Escobar, Otello Carpinelli Yegros, Johansen, Alejandro Fretes Dávalos, y otros", dijo el incansable luchador por los derechos humanos, Martin Almada.

Muchos de los colaboradores y propagandistas del dictador, como Aldo Zucolillo, Humberto Rubín, Alcibiades González Delvalle, inclusive se encuentran en privilegiadas posiciones con respecto al nuevo gobierno.

"Los que nos negaron el derecho a la vida, a la libertad están gozando de ellas como si nada hubiera ocurrido", añadió el defensor paraguayo de derechos humanos al reprochar la actitud de jueces y fiscales que no se animaron a procesar ni castigar a los verdugos de miles de paraguayos.

El imperio norteamericano, el principal responsable de haber militarizado la política y convertido en industria la represión, tampoco ha hecho un mea culpa de todos los daños ocasionados.

Lo peor de todo, es que la negra historia de la asistencia del Imperio a los tiranos criminales del Plan Cóndor, sigue sin tan siquiera relatarse debidamente por los cronistas.

ESTADOS UNIDOS IMPONE A STROESSNER POR MEDIO DEL TERROR

Es común que ciertos periodistas, como el caso de Alcibíades González Delvalle entre otros, dediquen artículos y argumentaciones a intentar exculpar a Estados Unidos de la dictadura de Stroessner. Lo que la mayoría ignora, es cuántos dólares perciben, por el servicio desde la embajada norteamericana.
Dificultosamente pueda negarse, que una enorme fracción de las dictaduras que asolaron a la humanidad en todas las latitudes durante el siglo XX, fueron un subproducto de la política exterior de los Estados Unidos. Las que fueron sufridas por el pueblo paraguayo a partir de 1940, y en especial la del general Alfredo Stroessner, no fueron una excepción.
Stroessner dispuso desde un principio, con un selecto grupo de expertos en represión y torturas, proporcionados por el gobierno de Estados Unidos. La asistencia había sido pactada ya un año antes del golpe contra el presidente civil Federico Chávez, en el año 1953, cuando el futuro dictador se entrevistó en Estados Unidos, con los generales Emil Kiel y Robert Stevens, además de ser invitado a visitar la Zona del Canal de Panamá (Decreto 26/V/53 y Memorándum Confidencial, Washington, 6/V/53).
En el marco de la guerra fría, en el que se realiza una reunión entre Stroessner y Eisenhower, en Panamá (1956), se desenvuelven las relaciones de dependencia que asimilan en forma permanente a Paraguay, a las políticas de Washington. El imperio norteamericano en retribución, favoreció a Paraguay con préstamos de la AID y los servicios de experimentados torturadores, como el gobierno Robert K. Thierry, bajo cuyas directivas el gobierno pro-yanqui, empezó su cruzada apresando a los comunistas.


APOYO FINANCIERO DEL IMPERIO A LA DICTADURA

En realidad, Stroessner hubiera durado muy poco si no hubiera sido por el eficiente apoyo norteamericano en materia de “seguridad” y represión, así como en materia de créditos como los de la “Alianza para el Progreso”, cuyo primer beneficiario fue justamente el dictador paraguayo.
El régimen nunca tuvo inhibiciones para ofrecer lo que sea al imperio a cambio de algunas monedas, ansiedad que era percibida y hecha notar por los diplomáticos norteamericanos en sus informes.
Durante la gira del subsecretario de estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Roubottom (quien estuvo en Asunción, entre el 10 y 12 de Agosto de 1957), el gobierno le entregó una lista de programas que deseaba desarrollar, con el pedido de dinero correspondiente: 10 millones de dólares para el programa de venta de excedentes agrícolas, para la construcción de un oleoducto en el Chaco y una refinería cerca de Asunción, 3 millones de la moneda norteamericana para asfaltar carreteras, 4 millones para la ruta transchaco, 5,1 millones para la compra de tractores y silos, un millón para montar una fábrica de cemento, entre otros ansiosos pedidos.
Gran parte de los pedidos fueron satisfechos, pero Stroessner siempre deseaba más. La embajada norteamericana informaba el 9 de septiembre de 1958, acerca de una conversación entre Sapena Pastor (canciller paraguayo) y el embajador norteamericano Walter Ploeser: “Paraguay está insatisfecho con el grado de ayuda recibido hasta ahora”, esclareciendo que el imperio haría una buena inversión colaborando con dinero de créditos, al fortalecimiento del gobierno de Stroessner, “aún si éste no lo devolviera”. Añadía que “el presidente desea que se repita lo que ha dicho muchas veces, que Paraguay va a dar a Estados Unidos todo lo que fuere, incluso bases para aviones”.
Ante el ofrecimiento de semejantes franquicias, el dinero no tardó en fluir con entusiasmo, aunque buena parte iría a parar a los bolsillos de la camarilla que rodeaba al dictador.

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