(Luis Agüero Wagner)
El asilo y la protección que se concedió en Paraguay a numerosos evadidos de la justicia, criminales internacionales e incluso terroristas de ferocidad reconocida, forma parte de una historia cuyo epílogo queda por escribir por el gobierno que el obispo Fernando Lugo, cuya elección ha sido saludada como un “triunfo de la izquierda”, encabezará en este país sudamericano a partir del mes de agosto.
Uno de los más indignantes episodios del pasado lo constituyó el asilo al terrorista Croata Miro Baresic, dirigente del grupo utashi, que gozó de protección e incluso se introdujo en los círculos del poder en Asunción. El mismo fue protagonista en 1971 del asesinato del embajador yugoslavo en Suecia Vladimir Rolovic. Detenido y condenado en Suecia, fue liberado un año más tarde, cuando unos correligionarios secuestraron un avión de la compañía SAS y exigieron su liberación.
A Baresic acompañaron en su exilio paraguayo otros hombres de cuidado de la misma nacionalidad como Ante Pavelic y Jozo Damjanovic, de los cuales el primero había sido jefe del estado independiente de Croacia que no llegó a ser reconocido, desapareciendo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de una ficción creada por los nazis para desmembrar y ocupar Yugoslavia.
Todos los indicios indican que los croatas lograron escapar por la ruta de las ratas, como se conoce al itinerario que siguieron los criminales de guerra que Estados Unidos ayudó a huir en diferentes operaciones encubiertas, por juzgarlos útiles para sus fines bélicos o políticos. Con papeles e identidad cambiada, los croatas ingresaron por Argentina y Brasil y desde Paraguay, continuaron orquestando atentados terroristas contra representantes del gobierno yugoslavo en el exterior a fines de la década de 1950.
En Asunción perpetraron el asesinato del embajador uruguayo en Paraguay, al que confundieron con el embajador yugoslavo de visita en esa ciudad. Por este crimen perpetrado en la década de 1970, Baresic nunca fue imputado, dadas las influencias de las que gozaba en los círculos del poder de la dictadura.
Cuando logró abandonar la cárcel, Baresic se refugió primero en Madrid y luego se internó en Paraguay, donde obtuvo empleo como profesor de artes marciales de una academia militar. En 1977, cuando actuaba como chofer y guardaespaldas del embajador paraguayo en Washington, Mario López Escobar, protagonizó un violento incidente con la guardia un parlamentario norteamericano, acabando detenido.
Identificado por el FBI, el terrorista croata fue identificado y devuelto a Suecia, donde cumplió parte de la condena pendiente para volver a Paraguay expulsado por los suecos.
Stroessner lo contrató como miembro de la seguridad presidencial, servicio que cumplió hasta el 3 de febrero de 1989, según fuentes de inteligencia, fecha en que desapareció.
En tiempos previos a esa fecha, el Paraguay gozó de la fama de basurero del mundo, donde se refugiaron falangistas españoles cuya extradición jamás fue concedida, criminales nazis como el “ángel de la muerte” de Auschwitz Josef Mengele o “el carnicero de Riga” Edward Roschmann, la cabeza del tráfico de heroína Auguste Ricord, o incluso ex dictadores como Anastasio Somoza.
La situación no mejoró con la democracia tutelada que se instauró desde la embajada norteamericana a partir de 1989, dado que más recientemente Estados Unidos ha señalado como traficantes de armas y financistas del terrorismo islámico a varios empresarios de origen árabe de la triple frontera del este, a quienes presenta como una amenaza para su seguridad.
Gran parte de los votos que dieron la victoria a la candidatura del obispo Fernando Lugo el 20 de abril, precisamente, provienen de este mismo sector de la Triple Frontera que Estados Unidos ha señalado como santuario de terroristas, dado que ese distrito electoral es el bastión del colorado disidente Luís Alberto Castiglioni, cuyo apoyo resultó determinante para la victoria opositora. ¿Vendrá el remedio del mismo lugar desde donde ha venido la enfermedad? Luis-Agüero-Wagner
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