En medio de la cortina de humo levantada con un hidronacionalismo pirotécnico en torno al tema de la represa de Itaipú, fabricado por la prensa paraguaya subsidiada por la National Endowment for Democracy y el embajador James Cason, se produjeron enigmáticas visitas al Paraguay de David Rockefeller, heredero del imperio petrolero creado por John Davison en 1870.
Como el cofrade paraguayo y anfitrión de tan importante empresario fue el político Conrado Pappalardo, cuñado del propietario del medio que encabeza la campaña hidronacionalista (ABC color de Aldo Zucolillo), no sería extraño que el día que la Exxon se quede con la parte paraguaya de Itaipú dicho medio presente la transacción como un patriótico y ventajoso negocio para los paraguayos.
Al margen de esa cuestión de fondo, los teólogos y monaguillos de George W. Bush que han logrado hacerse del poder en Paraguay, no tanto por propios méritos como por el unánime respaldo internacional que ha sabido suscitar el aparato de propaganda del imperio -y al que resultó funcional la izquierda latinoamericana-, no exteriorizan una acción consecuente que respalde tanto hidro-nacionalismo cuando se trata de defender las tierras invadidas por personeros brasileños de la transnacional Monsanto en el este del país, o el espacio aéreo que hace casi dos décadas ha dejado de estar controlado por radares sin que nadie se inmute. El nacionalismo, según parece, se limita exclusivamente al agua que corre bajo la represa de Itaipú.
No hay forma ni razones que puedan variar esta conducta de los adherentes del nuevo “fenómeno político” latinoamericano construido con asistencia de los agentes del imperio, sus oficinas de penetración imperialista, sus fundaciones y sus banqueros. El complejo entramado de intereses que han logrado levantar con su poder financiero la USAID, la NED o la IAF, las inyecciones de dólares del Plan Umbral que impulsa la embajada norteamericana de Asunción inyectando dólares a organizaciones civiles fantasmas, se disponen a su turno a pasar la factura en un país sudamericano cuya importancia estratégica para deshacer procesos integracionistas como el MERCOSUR no es indiferente en Washington.
El Sumo Pontífice al que debe la victoria electoral el obispo Fernando Lugo, el presidente George W. Bush, es bien conocido como un mesiánico trastornado que se cree bendecido por Dios para dirigir el país del "Destino Manifiesto", doctrina que el senador disidente Pettigrew definía críticamente como "el grito del fuerte para justificar su expolio del débil".
Al igual que los fundamentalistas religiosos norteamericanos, que consideran a su presidente "el preferido de Dios", la mayoría de los seguidores del obispo paraguayo lo ven como un Mesías sobre el que ha vuelto a posarse el Espíritu Santo en forma de paloma como sobre Jesús en el bautismo de Juan para declarar: "Éste es mi hijo amado, escuchadle".
Del fundamentalismo religioso del que alimentan Bush y Lugo al fundamentalismo político-económico, es decir, a la sagrada fe del mercado, encarnada en el FMI, el BM y la OMC (el verdadero eje del mal, según Ignacio Ramonet) y formulada paradigmáticamente en el "consenso de Washington", sólo hay un paso.
Ahora las fauces abiertas de la hidra neoliberal apuntan al Paraguay, aunque la aplicación unívoca de sus recetas ha conducido derechamente a la ruina a muchos país del Tercer Mundo, en forma desastrosamente proporcional al grado de aplicación ortodoxa de las recetas neoliberales.
El fundamentalismo democrático exportado por el imperio, en fin, se ha impuesto en Paraguay, ha echado raíces en la roja tierra guaraní el único modelo de democracia válido en todo el mundo, autorizado para aplastarse a sí mismo negando la libertad por propia voluntad si es necesario para defender intereses imperiales del norte. La duda metódica es cosa inservible, los dogmas del mercado, la globalización y la competencia feroz están por encima de cualquier especulación mental
Otro rasgo que la embajada norteamericana ha logrado transplantar, catalizando la elección de un obispo como presidente del Paraguay, es el fundamentalismo religioso y su inherente providencialismo, rasgo común de las personalidades religiosas y políticas de Fernando Lugo Lugo y George W. Bush.
Desgraciadamente, este implante de religión en política olvida varios siglos de filosofía de la historia y retorna a una trasnochada teología providencialista de la historia: Dios guía el destino Paraguay y éste sólo tiene dejarse llevar.
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