Este artículo de Oscar Cardoso añade más elementos a la gravedad del caso Fernando Lugo.
James Joyce escribió alguna vez que los jóvenes deberían poder optar por el apellido materno o paterno según desearan, algo que en los días del irlandés a pocos se le cruzaba por la cabeza. "La paternidad es, después de todo, una ficción legal", justificó Joyce.En estos días las noticias nos recuerdan que en el Paraguay una enorme cantidad de niños y niñas, hombres y mujeres -hasta el 50% de la población aseguran algunos, aunque el porcentaje sugiera dudas- que carecen de ese sencillo derecho que defendía el escritor, sencillamente porque los padres se niegan a reconocerlos como vástagos propios.
Por cierto que el tema recibió el reflector de la noticia por el caso de Fernando Lugo, el presidente paraguayo que ha sido golpeado durante las dos semanas por tres denuncias de otros tantos presuntos hijos suyos no reconocidos. No hace menor el episodio que las denuncias correspondan al período en que fue sacerdote y, en el caso de la última, obispo de San Pedro, el más pobre de los departamentos del Paraguay.
El caso Lugo es un ejemplo clásico de "realismo mágico"; esto de mostrar lo mágico, lo extraño y estrambótico como parte de la realidad, aun de la más superficial. Es un sacerdote católico -en un país que tuvo una de las evangelizaciones más eficientes en la región y dejó al 90% de su población como católica- que mantiene una serie de relaciones sexuales a pesar del voto de castidad, llega al obispado (al que renuncia en el 2006) y hace un año acomete la proeza política de desbancar tras 60 años continuos al Partido gobernante (colorado) invocando una agenda progresista que incluye desde la reforma agraria a la energética que lo coloca entre sus colegas de Ecuador, Brasil, Nicaragua y otros que son el signo de una época de democracias mucho más demandantes.
Hay más de "realismo mágico" en esto. Parece ser que las denuncias no han acabado y aunque después de las Pascuas reconoció la paternidad del primero de los niños y pidió disculpas por sus errores, ahora parece menos proclive a la sinceridad ex post facto.
En esto, Lugo se parece más, sin embargo, a -digamos- la figura antipática de Justo José de Urquiza, uno de los grandes padrillos reproductores sin conciencia de América Latina, que a cualquier figura progresista del presente o del pasado. Mucho ha ingresado en la discusión del caso incluyendo la tradición de poligamia guaraní y su impacto social en un país en el cual al menos uno del medio centenar de predecesores de Lugo llego a tener unos cuarenta hijos fuera de su ámbito familiar. Si es tan viejo y aceptado lo de Lugo es, en el peor de los casos, un pecado venial dicen sus partidarios.
Algo de razón tiene pero para esto llevan al paroxismo algunas tesis posmodernas que resultan difíciles de digerir. Uno tiene que preguntarse por qué -sean de izquierda o derecha- los sectores blancos de la sociedad paraguaya se empeñan en considerar a la mayoría nativa como meros productores de su placer, una suerte de versión aggiornada del derecho de pernada propio del sistema feudal.
Una de las mujeres que denunció a Lugo dice haber tenido apenas 17 años cuando el entonces obispo la hizo suya. Si debiera sufrir un castigo judicial por este hecho, el presidente de hoy apenas enfrentaría la molestia de una multa.
Hay algo de razón sin embargo entre los que defienden a Lugo porque huelen un peligro que no tiene que ver con la moralidad o el derecho canónigo. Lo del presidente es, esencialmente, un asunto privado, un problema a resolver -o no- con el Dios al que decía servir desde el púlpito. No puede convertirse en la munición política que las fuerzas opositoras -sobre todo el Partido Colorado que sigue con la carótida de la derrota hinchada- utilicen para hacer abortar la experiencia que ganó en las urnas de modo asombroso.
En un inteligente trabajo de reciente publicación ("Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina") el cientista político argentino Aníbal Pérez-Liñán sugiere que si los tradicionales golpes militares, el flagelo latinoamericano de los siglos anteriores, está efectivamente muerto como fenómeno, la destrucción política de mandatos legítimos presidenciales está surgiendo como nueva amenaza.
Desde inicios de la década de los '90 diversos movimientos y conspiraciones políticas dieron como resultado la interrupción de períodos presidenciales en Brasil, Venezuela, Guatemala, Ecuador, Paraguay, Perú, Argentina y Bolivia. Y como también anota el autor, en algunos de estos países más de una vez.
Esta nueva inestabilidad ha tenido muchas razones del poder, entre ellas su abuso; la corrupción y hasta en algún caso la sospecha del desequilibrio emocional al que suelen llamar locura. También es cierto que los sistemas presidencialistas se han vuelto un tanto rígidos para lidiar con el mundo de nuevos desafíos. Pero nada de esto exime ignorar la estabilidad del sistema presidencial; que demanda cuidarlo, porque hasta que los pueblos decidamos un cambio es lo que tiene la democracia.
Oscar Raúl Cardoso (Clarin)
1 comentario:
"que culpa tiene la estaca , si el sapo brinca y se ensarta"
Lola Cienfuegos
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