Como una bofetada al drama campesino, los personeros de la embajada norteamericana de Asunción se preparan a batir el record Guiness de carne asada.
Todo parece indicar que a pesar de tanto fervor izquierdista manifestado en las elecciones paraguayas del 20 de abril, el drama campesino paraguayo seguirá sin solución por tiempo indefinido a pesar de que los hombres del Obispo asesino de pobres Fernando Lugo ya controlan al gobierno y la prensa paraguaya.
Mientras la prensa adicta al imperio sigue insistiendo en que apoyó la candidatura de un “obispo de los pobres” y teólogo de la liberación tercermundista, a gritos pide mano dura con los campesinos sin tierras y achicamiento del estado, así como adhesión a las imposiciones imperialistas de Washington que descargan sobre el Tercer mundo sus malos augurios, ya que el descalabro bursátil afectaría el intercambio comercial de los productos primarios. Ante la coyuntura, en defensa de sus intereses, el imperio llama a revisar los cambios competitivos y a ceder ante la presión inflacionaria y los precios internacionalizados, que sin lugar a duda aumentarán los costos nacionales y frenarán el desempeño económico a propósito de continuar subordinados y satelizados.
En tanto en el paraguay real y profundo el dirigente campesino Bienvenido Melgarejo fue asesinado por los sicarios del ministro del Interior del obispo asesino de pobres, el jefe de los escuadrones de la muerte, Rafael Filizzola.
La mayoría de estos labriegos, en un ejemplo de que la criminalización de la lucha social continúa en Paraguay, son presentados como criminales por la prensa dado que ya han sido procesados en el marco de una investigaciones fiscales tras ocupaciones de tierras, por lo general de opulentos ganaderos o brasileños.
Los desesperados sintierras ocupan propiedades, implorando que les ayuden a realizar cultivos orgánicos y de esta forma terminar con las letales fumigaciones de cultivos de soja, girasol y maíz que realizan los personeros del capital transnacional de MOnsanto en Paraguay.
Lejos de todo el dolor de los labriegos, el recientemente obispo asesino de pobres y héroe de la izquierda latinoamericana ( además de sobrino del agente de la CIA Epifanio Méndez y pariente de directivos de USAID), el clérigo Fernando Lugo,
se prepara para participar de un grotesco derroche de recursos en un asado organizado por el ex animador de los cumpleaños de Stroessner, Humberto Rubín.
En una muestra de falta de conciencia social, un grupo de privilegiados del régimen estronista identificados con la embajada norteamericana, encabezado por Rubín, se prepara para batir el record Guiness de carne asada, en las narices de los sintierras, como una bofetada al cruel drama campesino.
. Al mismo tiempo, los miembros del equipo económico en el nuevo gobierno han sido seleccionados entre los tecnócratas de cerebro lavado en el norte, como el agente del FMI Dionisio Borda, nominado entre el aplauso del empresariado y del embajador norteamericano James Cason.. Suficientes cartas hay puestas sobre la mesa, en fin, como para sospechar que la tan mentada “victoria de la izquierda” en Paraguay es apenas un triunfo más de la soja, el dólar, la espada y la cruz
EL PARAGUAY EN MANOS DE TIRANUELOS SUBALTERNOS A LA US EMBASSY
Aunque no muevan un pelo a los personeros del capital transnacional aglutinados en los “gremios” de “productores” de Paraguay, protegidos por los sicarios del ministro del Interior del obispo asesino de pobres Fernando Lugo, los horrores de Monsanto han logrado escandalizar a la misma monarquía.
Aunque los subalternos de Monsanto en Paraguay, traficantes de transgénicos de origen brasileño, pretendan que los campesinos deben aplaudirlos por haber traído “el progreso” a su infortunado país, la citada empresa ya tiene acopiado un prontuario de infamias y agresiones a la población rural de estas latitudes.
A fines de 1998, una letal descarga de semillas vencidas tratadas con agrotóxicos peligrosos y una bacteria genéticamente fue arrojada sobre una ignota población rural, ocasionando muertes y graves trastornos a una población pobre y analfabeta. Los responsables eran burócratas de la Delta and Pine Land Company, que se acababa de fusionar con Monsanto.
Estos benefactores de la ciencia y luchadores contra el hambre en el mundo jamás se hicieron cargo del asunto, y los “chicos buenos” de las ONGs como Alter Vida se desentendieron del asunto, alegando que carecían de fondos para asistir a los afectados.
Es probable que estaban ahorrando para su promoción política a través del obispo asesino de pobres, con cuya candidatura al fin accedieron al escuálido presupuesto público del miserable Paraguay, y podrán meter mano en el erario público con tanta discreción como lo hicieron en las cuentas de USAID y otros benefactores imperialistas.
Dijo Voltaire que la tiranía de uno solo es preferible a la de muchos; dado que un déspota tiene siempre algunos momentos buenos; en cambio una asamblea de déspotas no los tiene jamás. Desgraciadamente para el Paraguay, país del cual el infortunio parece haberse enamorado, hoy se encuentra gobernado por una asamblea de déspotas y tiranuelos, malversadores de donaciones a ONGs, que para colmo responde a embajadas extranjeras.
Esto sólo hace que la tiranía sea aún más insoportable, porque como alguna vez dijo Napoleón Bonaparte, la peor tiranía es la de los subalternos.
Actualmente, el poderío de las ONG sobre la sociedad paraguaya ha crecido tanto que han reemplazado en la práctica a los partidos políticos.
No está demás mencionar que las ONGs en sus caballerescos comunicados tecnicistas, bien depurados para no ofender a nadie y mucho menos a la embajada norteamericana, jamás mencionan en forma explícita el meollo del asunto.
Tanto Monsanto como estas ONGs son gerenciadas de sde Washington, por lo que cabe hacer por enésima vez la pregunta: ¿vendrá el remedio del mismo lugar y por la misma vía por donde ha venido la enfermedad?
ADJUNTADO: REHENES DE MONSANTO.
Por Raúl A. Montenegro*
Qué duro es sentirse minoría en un país de falsas mayorías.
Qué duro es ver que el gobierno nacional y los ruralistas luchan entre sí cuando son cómplices necesarios del país sojero.
Qué duro es ver cacerolas relucientes y llenas de soja RR en el asfalto civilizado de Buenos Aires.
Que duro es ver las cacerolas renegridas y sin tierra de los campesinos de Santiago del Estero.
Que duro es ver a los estudiantes de universidades argentinas con sus carteles de apoyo a los ruralistas en huelga, como si Monsanto y el Che Guevara pudieran darse la mano.
Que duro es recordar que esas cacerolas relucientes, esos estudiantes movilizados y esas familias temerosas del desabastecimiento no salieron a la calle cuando los terratenientes de este siglo XXI expulsaron a familias y pueblos enteros para plantar su soja maldita.
Qué duro es ver la furia ruralista al amparo de reyes sojeros como el Grupo Grobocopatel.
Qué duro es ver el rostro reseco de Doña Juana expulsada, de doña Juana sin tierra, de doña Juana con sus muertos bajo la soja.
Qué duro es ver que se cortan las rutas para que China y Europa no dejen de tener soja fresca, y para que Monsanto no deje de vender sus semillas y sus agroquímicos.
Qué duro es comprobar, con los dientes apretados, y con el corazón desierto y sin bosques, que nadie habló en nombre de los indígenas expulsados de sus territorios, de sus plantas medicinales, de su cultura y de su tiempo para que la soja y el glifosato sean los nuevos algarrobos y los nuevos duendes del monte.
Qué duro es ver con las manos y tocar con los ojos que nadie habló en nombre de los campesinos echados a topadora limpia, a bastonazos y a decisiones judiciales sin justicia para que ingresen el endosulfán, las promotoras de Basf y las palas mecánicas con aire acondicionado.
Qué duro es saber que nadie habló en nombre del suelo destruido por la soja y por el cóctel de plaguicidas.
Qué duro es comprobar que muchos productores, gobiernos y ciudadanos no saben que los suelos solo son fabricados por los bosques y ambientes nativos, y nunca por los cultivos industriales.
Qué duro es saber que para fabricar 2,5 centímetros de suelo en ambientes templados hacen falta de 700 a 1200 años, y que la soja los romperá en mucho menos tiempo.
Qué duro es recordar que el 80% de los bosques nativos ya fue destrozado, y que funcionarios y productores no ven o no quieren ver que la única forma de tener un país más sustentable es conservar al mismo tiempo superficies equivalentes de ambientes naturales y de cultivos diversificados.
Qué duro es observar cómo se extingue el campesino que convivía con el monte, y cómo lo reemplaza una gran empresa agrícola que empieza irónicamente sus actividades destruyendo ese monte.
Qué duro es ver que el monocultivo de la soja refleja el monocultivo de cerebros, la ineptitud de los funcionarios públicos y el silencio de la gente buena.
Qué duro es saber que miles de argentinos están expuestos a las bajas dosis de plaguicidas, y que miles de personas enferman y mueren para que China y Europa puedan alimentar su ganado con soja.
Qué duro es saber que las bajas dosis de glifosato, endosulfán, 2,4 D y otros plaguicidas pueden alterar el sistema hormonal de bebés, niños, adolescentes y adultos, y que no sabemos cuántos de ellos enfermaron y murieron por culpa de las bajas dosis porque el estado no hace estudios epidemiológicos.
Qué duro es saber que los bosques y ambientes nativos se desmoronan, que las cuencas hídricas donde se fabrica el agua son invadidas por cultivos, y que Argentina está exportando su genocidio sojero a la Amazonia Boliviana.
Qué duro es comprobar que las cacerolas relucientes son más fáciles de sacar que las topadoras y el monocultivo.
Qué duro es comprobar que en nombre de las exportaciones se violan todos los días, impunemente, los derechos de generaciones de Argentinos que todavía no nacieron.
Qué duro es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan.
Qué duro es comprobar que estas reflexiones escritas a medianoche solo circularán en la casi clandestinidad mientras Monsanto gira sus divisas a Estados Unidos, mientras las topadoras desmontan miles de hectáreas en nuestro chaco semiárido para que rápidamente tengamos 19 millones de hectáreas plantadas con soja, y mientras miles de niños argentinos duermen sin saber que su sangre tiene plaguicidas, y que su país alguna vez tuvo bosques que fabricaban suelo y conservaban agua.
Muy cerca de ellos las cacerolas abolladas vuelven a la cocina.
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Córdoba, 27 de marzo de 2008
*Presidente de FUNAM
Premio Nobel Alternativo 2004 (RLA-Estocolmo, Suecia).
Profesor Titular de Biologia Evolutiva,
Universidad Nacional de Cordoba (Argentina)
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