(Luis Agüero Wagner)
Un fuerte y extendido rumor, que incluso dio argumentos a la tercera parte de la famosa novela contacultural El Padrino de Mario Puzo, vinculó la muerte en 1978 del Papa Juan Pablo I con el estrepitoso derrumbe del Banco Ambrosiano durante el año 1982.
La relación difundida entre el Banco del Vaticano, principal accionista del Banco Ambrosiano, y la concentración de fondos secretos de Estados Unidos destinados al sindicatos de Europa del este y a los contras de Nicaragua, así como la pertenencia del presidente del banco (Roberto Calvi) a la ilegal logia masónica Propaganda Dos (P2), dejaron atónito al mundo. Nunca antes en toda la historia de la humanidad se había asistido a la revelación de que los designios divinos, administrados por su representación en la tierra, incluían inflar precios, financiar la difusión de informaciones falsas en el Corriere Della Sera, asegurar préstamos sin garantía, mantener cuentas secretas para dictadores como Somoza, financiar corruptos partidos políticos y sindicatos en Italia y el mundo, crear empresas fantasmas en las Bahamas y Sudamérica, tirotearse con armas de fuego con la mafia por las calles de Roma y hasta asesinar en un atentado terrorista al magistrado Emilio Alessandrini, el responsable de investigar el caso.
Para quienes aseguran ser los representantes de Dios en la Tierra y proclaman que su misión es velar por la salvación de las almas, ocuparse de asuntos tan terrenales como los avatares del vil metal siempre ha sido una cuestión sensible y conflictiva. Como siempre hay excepciones, uno de esos extraños hombres sin prejuicios para contaminarse las manos con dinero era el oportuno cardenal Paul Marcinkus, cuya huella parecen seguir algunos miembros de la misma santa madre paraguaya.
Marcinkus, presidente del Banco del Vaticano Istituto per le Opere di Religione, había sido director del banco Ambrosiano de ultramar, basado en Nassau, Bahamas. El cardenal demostró ser un verdadero agraciado para los operaciones financieras desde que tuvo en sus manos la misión de sanear las finanzas en saldo rojo de la iglesia post-Vaticano II, algo para lo cual inexorablemente debe inocularse el mal padecido a los demás. Marcinkus se había vinculado a través de la mafia italo-americana con Roberto Calvi, según la confesión que hizo el presidente de Banca Privada Michael Sidona y no precisamente a un cura sino ante el juez. De esa sociedad surgiría entre otros el Cisalpine Overseas Bank basado en el paraíso fiscal caribeño. Calvi y el banquero del Papa operaron juntos por la voluntad de Dios para destinar dinero a operaciones ocultas, pagar sobornos, mover dinero negro procedente de la evasión fiscal o lavar dinero de organizaciones criminales como el narcotráfico.
Un verdadero ejemplo de hombres piadosos aferrados a una fe que mueve montañas (de dinero, por supuesto).
Otro exponente de la santa fe despojado de inhibiciones para estas cuestiones terrenales -promesa de mutar hacia un Marcinkus criollo-, nuestro conocido obispo de los pobres Fernando Lugo, también ha demostrado poseer la virtud de no temer contaminarse cuando de obtener dinero para su campaña política se trata, aunque estos fondos provengan de una actividad tan séptica como la política brasileña en una región fronteriza con Paraguay. Ya lo sentenció Robert Penn Warren; en la política a partir del mal puede engendrarse el bien porque es lo único que hay para engendrarlo.
Fuentes brasileñas señalan ahora que el secretario de Acción Social de la gobernación de Paraná, Airton Pisseti, estuvo de incógnito en Paraguay once veces y no habrá sido para hacer turismo en un país afectado por brotes de fiebre amarilla. Pisetti abandonó su trabajo en días laborales en nueve oportunidades para sus enigmáticos periplos por Paraguay, aunque de todos modos percibió los 11.900 reales sin descuento alguno que le corresponden por asistir a su trabajo sin ausencias, lo que demuestra que el vicio del planillerismo (arte de figurar en los presupuestos de oficinas públicas sólo para percibir salario a fin de mes) de los zoqueteros colorados también aqueja a quienes envían maletines para la financiación de los seminarios internacionales en hoteles de cinco estrellas que organizan los fans del Marcinkus vernáculo, para debatir sobre el sexo de los ángeles.
Por supuesto que investigar sobre estos temas por pura ecuanimidad no figura entre las principales tribulaciones de una prensa que responde a la chequera de James Cason con tanta fidelidad como el Corriere della Sera respondía a la de Calvi y Marcinkus.
Relatan las crónicas que el banco Ambrosiano fue fundado en 1896 para servir “a organizaciones morales, trabajos piadosos y cuerpos religiosos instalados para las ayudas caritativas”, aunque terminó sirviendo a bandas criminales, organizaciones inmorales y trabajos impíos. En su prontuario quedaron marcados a fuego intervenciones sangrientas en el tercer mundo, asesinatos como el de Roberto Calvi, el extraño suicidio de su secretaria que saltó desde su oficina por la ventana del edificio, la eliminación de Gérard Soisson, encargado de la compañía Clearstream que fue encontrado muerto en Córcega, el atentado perpetrado por el jefe mafioso Danilo Abbruciati contra el vicepresidente del banco, Roberto Rosome, y hasta las sospechas de haberse involucrado en el asesinato de Su Santidad.
Dios y la virgen nos protejan de un caso paralelo, que una falsa ilusión óptica nos hace entrever en el origen y los objetivos de algunos grupos aglutinados en torno al obispo Fernando Lugo como el Tekojoja y el Pmas, que contradicen sus líricos ideales fundacionales proclamados con su acción y sus fuentes de financiación.
De no ser así, queda por aclarar cómo los guevaristas pueden estar siendo financiados por la embajada norteamericana, y los que afirman que confrontarán con Brasil por la soberanía energética recibiendo “apoyo moral” desde Curitiba, con cuya tutela pretenden suplantar a la de Brasilia. (Luis Agüero Wagner)
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