<(Luis Agüero Wagner)
El celebrado escritor peruano (ex izquierdista-castrista, es decir, ex idiota según la conocida interpretación), Mario Vargas Llosa, recordaba divertido sobre su obra “Pantaleón y las visitadoras”- una deliciosa sátira sobre la vida sexual en el ejército peruano- que un militar de la amazonia peruana declaró en una oportunidad que el libro en cuestión no mencionaba ni la milésima parte de lo que realmente sucedía en dichos cuarteles.
Algo similar podríamos decir sobre las idioteces que describen su hijo Alvaro junto a Plinio Apuleyo y Carlos Alberto Montaner en su libro humorístico “El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” y en su segunda parte “El regreso del idiota”, donde se omiten sinnúmero de categorías con las que la oposición paraguaya enriquece la biodiversidad de la idiotez en el sub continente.
Tanto es así que personalmente, no sé qué sería del oficialismo nativo sin esta oposición, que brilla por su capacidad para defender los valores y el modo de vida de los colorados, mejor de lo que ellos se defienden a sí mismos. Parecerían encontrar verdadero deleite masoquista en la auto anulación y auto flagelación, alcanzando grados de perversión inimaginables para el mismo Sacher von Masoch.
Decía Voltaire que la idiotez es una enfermedad extraordinaria porque no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás, sentencia cuya condena cumplimos los paraguayos a través de nuestra oposición.
Primero fueron los pactos opositores con el dictador Stroessner para constituir un parlamento de fachada, con miras a la construcción de la represa hidroeléctrica de Itaipú, que hoy es el eje de la campaña de los mismos legitimadores del tratado –los políticos del partido Liberal-. Con su presencia en el parlamento títere montado por el régimen militar, nuestros astutos opositores permitieron al dictador acceder a una lluvia de créditos con la cual consolidó su poder.
En una segunda etapa, la misma oposición aceptó las dádivas que le ofrecía el general Andrés Rodríguez, narcotraficante de fama mundial que por indicaciones de la embajada norteamericana derrocó a su consuegro Stroessner, a cambio de participar de una presunta “transición democrática” que a casi dos décadas sigue sin definirse si va camino a la democracia o la dictadura.
Luego surgió la brillante idea de un pacto de gobernabilidad entre el presidente Wasmosy y el líder opositor Domingo Laíno, que acabó en un deshonroso reparto de responsabilidades y altos salarios como si fueran un botín de guerra, convirtiendo la democracia paraguaya en algo demasiado parecido al puntofijismo venezolano.
Más adelante la oposición se unió al gabinete del presidente Luis Angel González Macchi, un ebrio consuetudinario cuya administración alcanzó desastrosos niveles de corrupción, con la invalorable ayuda del Partido Liberal y el Encuentro Nacional, que actuaron como desahuciadas manadas depredadoras cuando tuvieron oportunidad de gobernar. Aunque cueste creerlo, estos partidos hoy piensan que postulando a un cura borrarán de la memoria ciudadana tales desmanes.
Finalmente, cuando se vislumbraba el fin de la tragedia opositora paraguaya, con la desaparición política de esta pléyade de parásitos, se aferraron a la sotana de un obispo jubilado especulando con el prestigio católico entre las mayorías ignorantes, como última tentativa de una victoria imposible.
Pero una oposición unida por la misma causa era algo demasiado bueno para durar, sobre todo en Paraguay.
A sus más vitales aliados, los seguidores del empresario Pedro Fadul y el militar retirado Lino César Oviedo, unos oportunistas cadáveres políticos aglutinados en torno al obispo los expulsaron de la alianza opositora, con la coartada de su filiación de derechas, aunque en realidad estaban aterrorizados ante la inminente derrota de su preferido en una interna opositora. Para lograr la unidad total, el candidato de la oposición necesitaba imperiosamente legitimarse a través de elecciones y votos.
Finalmente, sin competencia, legitimaron la candidatura del religioso en una lista única que votaron poco más de mil electores.
Desgraciadamente, hoy este candidato ha ahuyentado a los financistas del Partido Liberal al estilo somocista de Paraguay, su principal soporte, con su retórica “izquierdista” que aflora ocasionalmente a pesar de ser conocido que está rodeado por neoliberales, beneficiarios del complejo IAF-NED-USAID, su entramado prebendario en la sociedad paraguaya y sus medios de comunicación con encuestadores incluídos.
Lo peor del caso es que los últimos sondeos dan ya un empate técnico del obispo con la candidata oficialista Blanca Ovelar, lo que posiciona a los colorados como para retener con facilidad el poder, ya que los grupos opositores están muy lejos de equiparar al oficialismo en organización, capacidad de movilización y recursos.
Para hacerse una idea de lo que significa el aparato del partido colorado (una versión sudamericana del PRI, que lleva seis décadas gobernando), los analistas más optimistas estiman que se necesita una ventaja superior a los diez puntos en los sondeos para competir con chance frente a él.
Según el filósofo Fernando Savater, la palabra Idiota proviene del griego idiotés, utilizado para referirse a quien no se metía en política, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás. Desafortunadamente para nuestro trágico país, la acepción griega se ha revertido tanto en Paraguay al punto que los perfectos idiotas no sólo se han metido en la política, sino que hoy se han apoderado de ella y en grado superlativo de la oposición. Luis Agüero Wagner
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